El manto verde que cubre al Sacromonte: Limpiar para conservar
Escrito por Adair Lima el 19 de agosto de 2024
Las lluvias continuas de las últimas semanas robustecieron rápidamente la densidad vegetal del cerro de Sacromonte. No obstante, las especies invasoras y dañinas ganaron más terreno, en particular la tatana y palo de agua, como se les conoce comúnmente en Amecameca.
El aumento de ambas plantas es visible a lo lejos. El palo de agua aparenta un arbusto alargado que crece muy recto y alcanza una altura de hasta cuatro metros. Cuando es joven, almacena una buena cantidad de líquido en sus varas ahuecadas. En su etapa madura, ya enmaderado el tallo, pero aún hueco, se utiliza como “tutor”, una vara guía para los cultivos de pepino, jitomate o tomate. Cuando la tatana se encuentra con estas guías alargadas puede trepar los árboles con facilidad, tejiendo una capa que impide el paso de la luz hacia el suelo, donde también genera efectos negativos al inhibir el crecimiento de otras plantas.
“La misma hierba se acaba la planta, la tapa”, dice desanimada Yolanda, una mujer de setenta y ocho años. Con su pala, sombrero y unas bolsas para la basura, fue la primera en llegar al lugar de reunión para la limpieza o chaponeada del cerro. “Ya no hay nada de flores. Todo está abandonado”, comparte mientras se congregan otras y otros vecinos interesados, quienes atendieron a la invitación hecha por don Victor y Axel. Juntos han emprendido actividades para el cuidado del medio ambiente, algunas de ellas, durante la pandemia de COVID-19.
Arriba, en una de las caras del cerro que da hacia la Unidad Deportiva de Amecameca, Axel dio algunas recomendaciones para la limpieza del área, y a modo de meta, apuntó hacia un tepozán envuelto en maleza, ladeado y seco. La chaponeada es un proceso muy simple, pero agotador: pasar el machete lo más cerca del suelo; dejar la hierba donde cayó para que sirva de acolchado; y juntar, apilar y colocar como barrera los tutores del palo de agua para así prevenir deslaves. La explicación compartida al grupo fue proporcionada por PROBOSQUE a los organizadores de esta actividad.
Como en otras áreas protegidas en México, las formas de vida que integran al cerro tienen que procurarse, por lo que su mantenimiento y restauración deben seguir criterios previamente establecidos en programas de manejo. Parte de esto es el cuidado a la flora nativa. “Aunque si te das cuenta, en todo lo que pasamos no hubo ninguna flor, ninguna planta. Realmente todo estaba infestado de palo de agua, tatana y alguna otra hierbita. No encontramos ningún otro tipo de flor silvestre. Que no haya diversidad es producto de que estas otras plantas [la tatana y el palo de agua] han infestado el terreno y no permiten que otro tipo de flora se dé”, apunta Axel.
En el Parque Nacional Cerro de Sacromonte habitan árboles como el cedro, fresno, encino, madroño, tepozán, panjolote y una extensa variedad de plantas medicinales. A su vez, los árboles y el resto de flora albergan chapulines, mariposas, aves de distintas especies, reptiles, conejos, arañas, tlacuaches, cacomixtles; y casi escondidas, varias familias de hongos. Aunque, así como señala Axel y el resto de las asistentes, esa diversidad queda opacada por la “mala hierba”. De las más de treinta especies de aves que alguna vez se llegó a contabilizar, no logran oírse ni verse tal cantidad. “Hay mucha gente que hace senderismo en el cerro y uno agradece tener un espacio tan cercano en el que vas y escuchas el pajarito. Ahorita no escuchamos nada”.
Cuando lo verde no siempre es vida
Las indeseadas olas de calor deterioran, reducen y desaparecen especies. Durante las sequías y estiajes, los senderos del cerro se desgajan. Los terregales amarillentos alcanzan el empedrado de los accesos al santuario, creando polvaredas con el paso del viento. La erosión es menos sutil en las partes altas y empinadas. El calor extremo que traspasa por donde escasea la cobertura forestal desgasta sus cumbres y laderas. Ya para las lluvias, la tierra suelta se desliza junto con la hojarasca y enloda sus faldas. Son las lluvias las que han enverdecido al cerro, y lo hacen ver -aparentemente- sano, relata Axel.
“Mucha gente sube, ve todo verde y dice -esto está perfecto-. Pero cuando empecé a hablar con más personas me dijeron: – ¿Ves esto? Esto es hierba mala. ¿Ves este árbol? Este no tendría que estar. ¿Ves estas casas? Pues estas no tendrían que estar construidas acá- […] Aunque en apariencia ahorita se ve verde y está fresco, sí hay varios problemas. Son problemas que no son perceptibles a menos que te involucres y empieces a conocer la geografía del lugar”.
Introducción de especies no nativas e invasoras, expansión agrícola y urbana, plagas, pérdida de cobertura vegetal, erosión del suelo, recolección de especies, contaminación. En conjunto, estos factores degradan significativamente al ecosistema del cerro, afectando no sólo la diversidad natural local, sino también la capacidad del cerro para regular el clima y filtrar el agua.
Desde la publicación de su decreto como Área Natural Protegida, se ha regulado la presencia e intervención humana en el territorio del Sacromonte. Estas restricciones, que se aplican a todas las áreas que cuenten con un decreto de zona protegida, han sido motivo de discusión por su control vertical y prohibitivo encaminado a erradicar la sobreexplotación de los recursos y el detrimento del ecosistema. Los marcos jurídicos hechos en el escritorio, sin coordinación de ningún tipo con la comunidad y bajo las políticas conservacionistas, contraviene con las prácticas locales de bajo impacto, a la vez que desvincula la interacción social con el territorio.
Yolanda relata que hace muchos años ella subía al cerro por leña y a veces por tierra para sus plantas. “Yo me acuerdo que veníamos a traer nuestro manojito de leña. No se llevaban ni cortaban árboles. Juntaba la leña que estaba tirada. También veníamos a traer tierra de encino. Ahora todo eso ya lo prohibieron, ya no se hace”.
Parece que la intervención humana en el cerro se ha mantenido al margen de lo contemplativo, lo discretamente lúdico o con las ocasionales jornadas de reforestación y limpieza. Pero la poca intervención también puede acarrear diversas problemáticas.
“Para todo hay que pedir permiso. Si usted viene y quiere deshierbar, tiene que pedir permiso. De aquí la mandan para allá, de allá la mandan para acá y por eso nadie se anima”. El mismo camino que recorrió Axel para que le autorizaran limpiar el Sacromonte.
“Fue enredado porque pensaba que la jurisdicción -del parque- era del municipio”. De allí lo mandaron a PROBOSQUE, al área de Parques Nacionales. En esta instancia le explicaron el trámite que debía realizar: un permiso con las características y descripciones operativas de la intervención como horarios, ubicación y número de participantes. Finalmente, con la orientación de las instituciones, de asociaciones sociales como Sacromonte-Chalchiumomozco, amigos y vecinos, la invitación salió y el chaponeo se llevó a cabo.
“Uno ve el cerro y piensa que puede plantar una flor que se ve bonita y en un principio sí fue así, pero ahora existen planes de manejo, donde se indica la manera correcta para intervenir sobre el Sacromonte”.
Luego de la limpieza vendrá la reforestación. El encino es la especie designada para plantar en el Sacromonte. “La principal razón es que el encino enraíza mucho, entonces eso va a provocar que la tierra se compacte y ya no se deslave el cerro”. Nos comentaron -en PROBOSQUE- que hay otros como los cedros, que si bien crecen muy alto, su raíz no es tan profunda y dificultan el crecimiento de otras plantas”.
El chaponeo llevó unas tres horas y se notan los avances. Ya con el sol en la cabeza, el grupo se tomó una foto y descendió. “Es nuestra responsabilidad exigir, pero también involucrarse”, reflexionan.
Por encima del cerro, sobre las copas verdes de los encinos repletos de heno, vuelan algunos pájaros. Otra vecina dice: “Hay que hacerlo con gusto, hace fuerte al espíritu y la naturaleza nos lo agradece”.